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sábado, octubre 12, 2013

Va por ti, mexicano


 
 
Andrea Terroba Rodríguez
Alumna de Comunicación

 
 Apenas comenzaba el lunes 30 de septiembre y ya había un grupo de cerca de diez personas esperando afuera del Salón de Exámenes de la universidad. A través de los ventanales podía verse que los víveres perfectamente clasificados el viernes anterior ahora estaban cubiertos bajo torres de nuevas donaciones que había llevado la Cruz Roja Mexicana durante el fin de semana.

 




     Tras dejar sus cosas junto a la mesa de registro, los voluntarios del centro de acopio se enfundaron en la característica camiseta naranja de ASUA (Acción Social Universidad Anáhuac), para poner manos a la obra y seguir inventariando, catalogando y empaquetando víveres que tanto alumnos y docentes de la Anáhuac, como miembros de la sociedad civil, donaron para los damnificados de los ciclones que golpearon ambas costas mexicanas durante el puente del 15 de septiembre.
 

 

     Durante el transcurso de la mañana se asignó entre los voluntarios la tarea de ir acomodando los artículos en sus respectivas pilas: primero el arroz, luego los frijoles, el atún y las mermeladas y demás alimentos, para posteriormente pasar a artículos del hogar y de limpieza personal.

 

    
 
Alrededor del medio día llegó la responsable, Ana Cris Pacheco, con la buena noticia de que había conseguido bocinas y iPod para amenizar la ardua labor de preparar las despensas para quienes perdieron todo en las inundaciones. Al ritmo de Selena Quintanilla o Pitbull, cerca de 20 voluntarios armaban cajas, buscaban cubos de caldo de pollo enterrados entre las bolsas de sopa de pasta y apilaban despensas al centro del salón.

 


     La rotación de voluntarios era constante. De pronto se escuchó a una alumna decir: “¡Ya voy tarde a mi examen!”, al mismo tiempo que uno nuevo llegaba a preguntar qué tenía que hacer.

 

     Cuando el equipo se acercó a las 80 despensas armadas llegó la hora de comer y por ende una tranquilidad que no se había sentido en todo el día abarcó el centro de acopio. Mientras algunos voluntarios se sentaron en la terraza, otros como Natalia Maganda se empujaban en los diablitos para divertirse un rato mientras comían sándwiches, papas o ensalada; cualquier cosa que les permitiera regresar rápido a la acción.

 



     En eso, apareció en la puerta a una persona que a simple vista podía distinguirse como alguien que no venía de la universidad. Un hombre joven que vestía un overol verde oscuro llegó cargando un paquete de seis latas de frijoles y dos botellas de aceite. Las miradas y sonrisas de los voluntarios no se hicieron esperar,  ya que para la mayoría era sorprendente como una persona que trabaja en una gasolinera, subsistiendo únicamente de las propinas que recibe, fuera capaz de acercarse al centro de acopio para aportar su granito de arena a sabiendas de que siempre va a haber alguien con necesidades más apremiantes que las suyas.
 
 

 

El silencio se convirtió en una lluvia de agradecimientos en reconocimiento del esfuerzo que este hombre estaba haciendo por ayudar a uno, dos, o tal vez tres mexicanos que nunca conocerán la proveniencia de esos frijoles ni ese aceite, pero que definitivamente mejorarán vidas, porque al final del día, tanto el esfuerzo físico de los voluntarios, como monetario de los donadores, se resume en una frase que al día siguiente siguió impulsando el trabajo en el centro de acopio de la Universidad Anáhuac: “Va por ti, mexicano.”

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