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jueves, marzo 28, 2013

Drogadicto: rumbo a la esclavitud

Por Marisol Lebrija
Alumna de la Facutad de Comunicación

Por motivos de confidencialidad, hemos decidido llamar a nuestro protagonista Paco, un joven que, con un pasado tormentoso, decidió tomar una alternativa “temporal”: un camino en el que poco a poco fue adentrándose en un mundo de ficción, alucinaciones e irrealidades. Bienvenido al mundo de las drogas.

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Cuando a Gaby se lo presentaron, Paco no fumaba ni ingería alcohol porque era jugador de futbol y tenía grandes aspiraciones para llegar a Primera División. Si tomaba, era una cerveza, máximo dos. En 2006, se integró al grupo Los Borrachos, siete u ocho muchachos que se “perdían” de jueves a domingo. Todos, menos Paco.
En 2007, al cumplir los dieciséis años, Gaby se hizo novia de Jorge, uno de ellos, y me cuenta que armaban tremendas fiestas. “Yo les presenté a mis amigas, de ahí todos los fines de semana salíamos, ¡y era a morir!”, recuerda.
Renata, otra de las novias del grupo, confiesa: “Nos podía amanecer en una borrachera, y al día siguiente, ¡preferíamos conectarla! Cualquier cosa era buena para evitar la cruda y seguir con la fiesta”.
Un día, llegaron Piero y su hermana Tiaré. Normalmente, sólo ellos se drogaban, tenían un dealer que les ofrecía una gran variedad para probar. Pero esa vez, llevaron mota. Ahí fue cuando, poco a poco, el grupo entero empezó a fumarla. “Que un churro, que otro churro, que de pipa, que no se qué”, dijo Renata, haciendo memoria de los “buenos tiempos”.
Paco no sabía lo que le esperaba, y mucho menos ese día, en que le presentaron a Mariana. De padres divorciados ––ella, esquizofrénica; él, siempre ausente por viajes de trabajo a Japón, China e Indonesia––, Mariana se fue desviando de rumbo. El dinero no era problema, pues con tal de mantenerla quieta, le daban el que quisiera. Así que Mariana era quien financiaba las drogas, y Paco fue enamorándose perdidamente.
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“Supongo que Paco y Mariana se identificaron. Tenían historias parecidas y él la vio como un apoyo”, señala Renata. A raíz del divorcio de los padres de Paco, su núcleo familiar se desintegró. Su padre se mudó a Querétaro; su madre sufrió un accidente que la condenó a vivir en silla de ruedas; y su hermano Humberto, esclavo de su ocupación como militar, vivió a expensas de donde lo mandaran a servir las Fuerzas Armadas.
A Paco le afectó demasiado la irresponsabilidad de su padre, quien perdió su empleo, acrecentó sus deudas y, tras endrogarse también en la escuela de Paco, provocó que lo expulsaran en definitiva. A menudo, le hablaba por teléfono a su hijo para pedirle dinero, que obviamente no tenía, para poder mantener su adicción al alcohol. Cada llamada culminaba en un pleito en el que afloraban los resentimientos. Recuerda Renata las palabras de Paco: “¿Por qué habría de preocuparme por él si jamás lo hizo por mí?”. Dolido por el abandono y el cinismo de su padre, Paco se desentendió de él y viceversa. Era un círculo vicioso, pues no había forma de vincularse.
Humberto, su hermano, era otra historia. “Patán, mujeriego… ¡Estaba loco!”, exclamó Gaby. Irónicamente, como militar quemaba los plantíos de marihuana que encontraban los federales, pero jamás logró darse cuenta de que su hermano menor comenzaba a consumirla.
En 2009, por el servicio militar, Humberto fue transferido a Monterrey y decidió llevarse a su madre para cuidar de ella. Paco quiso quedarse en la Ciudad de México, viviendo como nómada de casa en casa por un tiempo, hasta que Rodrigo, su mejor amigo, le ofreció vivir con él y con su madre que, según Renata, más de una vez llegó ebria al departamento.
Dicen las lenguas que la mejor faceta de una persona es cuando está enamorada. Para Paco, sin embargo, no fue así, pues el amor que le tenía a Mariana, lo condenó a la irrealidad. Comenzó a tomar desenfrenadamente, a fumar cigarrillos y marihuana, y finalmente se convirtió en drogadicto. “Fue cuestión de tiempo”, sentenció Gaby.
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A Piero y a Tiaré se les ocurrió una gran idea. ¿Por qué no irse a Oaxaca unos meses, sin plan, sin lugar donde quedarse y sin conocer a nadie? Después de todo, ninguno tenía nada que lo atara y el panorama de playas vírgenes, hermosa vegetación y la posibilidad de drogarse a diario, hacía que la idea de mudarse a Mazunte no sonara nada mal. Seducidos por el proyecto, Mariana y Paco se unieron a los hermanos. También Rodrigo, el mejor amigo de Paco. Los cinco se embarcaron en la aventura que llevaría a nuestro protagonista a la perdición. El plan, sin embargo, dio un giro. No fue Mazunte donde vivieron, sino en un destino más atractivo: Playa del Carmen.
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A los veinte años, en 2009, Paco todavía tenía la ilusión de juntar lo suficiente para poder concluir los estudios que había dejado pendientes. Irse a Playa del Carmen era la oportunidad para ahorrar. “Si ganaba en dólares, juntaría el dinero más rápido”, recuerda Gaby.
La banda completa consiguió trabajo. La Cueva del Chango, un restaurante-bar de comida mexicana, se convirtió en el segundo hogar de Paco. Entre todos rentaron una casa y los cinco formaron una nueva familia. Para entonces, además de fumar marihuana y tomar alcohol, comenzaron a ingerir el éxtasis, la droga mejor conocida como “tacha”, con una “X” marcada en el centro de la gragea como si por medio de esta “X”, como en una aventura de piratas, fueran a encontrar un tesoro.
A los pocos meses, se incorporaron al clan Poncho y Hannah, argentino y alemana, una pareja que compartía algo en común: eran adictos al LSD y a la cocaína. “Aquí es cuando se pone buena la cosa”, apunta Renata. Paco añadió estas nuevas drogas, sin esfuerzo aparente, a su lista de adicciones.
“Todos los días se drogaban. Se aventaban un coctelazo de todo, y los fines de semana, le metían al alcohol también”, asegura Gaby. Vivían una especie de sueño, como si nada tuviera consecuencias, como si su cuerpo fuera de un material inmune.
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Mariana fue la primera en reaccionar. Se dio cuenta que su futuro estaba en México y decidió regresar para no volver. Paco fue el que pagó el precio.
A los pocos meses, Rodrigo y Paco retornaron también. Sin novia, con el corazón hecho pedazos, sin un quinto para retomar sus estudios y con sus anhelos destruidos, a Paco sólo le quedó la adicción que cada vez lo consumía más.
Hubo otra sorpresa. Los amigos a los que esperaban volver habían cambiado para convertirse en jóvenes universitarios que habían dejado atrás el relajo por nuevos proyectos para construir un futuro estable. El grupo de Los Borrachos se había desintegrado.
El reencuentro terminó en peleas, al borde de la violencia, cuando el bando de Paco, sumergido en una niebla de droga, llevó al extremo la diversión, convirtiendo en modo de vida las drogas, las mujeres, el sexo, el alcohol y la ausencia de límites. “Siempre veías a Paco por todos lados, hiperactivo, ahogado en alcohol, completamente intoxicado y con la mirada perdida”, admite Renata, con los ojos ausentes al revivir las escenas tatuadas en su memoria.
Cada vez la necesidad era mayor. No poder satisfacer su adicción empezaba a generar conductas arrebatadas y decisiones precipitadas. En 2010, Paco y Rodrigo, cegados por la droga, optaron por aventurarse una vez más, y regresaron a Playa del Carmen, la ciudad que les abrió de par en par las puertas de su infierno.
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Poncho y Hannah reaparecieron en el mapa. Paco y Rodrigo fueron recontratados en sus antiguos trabajos y, al faltar los demás integrantes de la familia (Piero, Tiaré y Mariana), no era necesario buscar una casa. El departamento contiguo del que habitaban el argentino y la alemana se desocupó y, como si las drogas buscaran la manera de regresar a ellos, el destino los condujo a una cercanía inevitable.
“Era impresionante. Despertaban con un porro en la boca. Se turnaban los días para irlas consumiendo y cuando salían de antro, era peor. Los pericazos eran “para aguantar” las desveladas. Durante el día, era marihuana y cuando querían cambiarle, para no caer en la rutina, eran tachas o ácido”, declaró Gaby con una expresión en el rostro que revelaba su incredulidad ante sus propias palabras.
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Han pasado dos años y nadie sabe con exactitud qué ha sido de Paco y de Rodrigo. Gracias a las personas que mantenían contacto frecuente con ellos, se ha podido reconstruir a manera de rompecabezas dónde están hoy.
Se sabe que en 2011 regresaron al departamento de la madre de Rodrigo en condiciones fatales: esqueléticos, consumidos y demacrados. Cuentan que Rodrigo pudo retomar sus estudios y tiene novia. Se dice que está un poco más estable, pero que sigue fumando marihuana.
En cuanto a Paco, la novia de Rodrigo le presentó a una amiga suya, Thalía, que es modelo, y él está trabajando en un restaurante de comida italiana. Entre lo poco que gana él y lo mucho que gana ella, compran comida, pagan una renta y lo demás es para adquirir drogas.
Al parecer, Paco lleva una doble vida. Durante el día, trabaja largas horas para juntar el dinero suficiente para mantenerse. Llegada la noche, al salir de trabajar y metido como en un personaje de ciencia ficción, al estilo del doctor Jekyll y el señor Hyde, regresa a casa para consumir toda la droga que necesita para satisfacer la adicción de la que es esclavo, hasta quedarse dormido.
“Paco siempre ha sido soñador. Te dice ‘yo me voy a ir a las islas no sé qué, voy a trabajar en un barco’. Pero nunca hace nada para perseguir sus sueños. Y mientras no deje las drogas, no lo va a hacer”, comentó Renata.
Gaby, tras un suspiro y una bocanada de aire fresco como para recobrar fuerzas para articular las palabras, finalmente me dijo: “Para ellos, drogarse era porque estaban chavos, porque estaban en el relajo, porque era para el ratito, para divertirse, que era momentáneo. Pero pues, ese momento ya se les alargó demasiado…”.
 

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